lunes, 22 de noviembre de 2010

Sobre el Matrimonio. Parte II

Por todo esto, la cocina no debe de ser para las mujeres modernas un lugar esclavizante, la cocina fue, es y será siempre un lugar especial en donde las personas que entren en ella se sientan amadas, refugiadas y consoladas por los platillos que en ella se preparen y siempre, siempre, se quiera regresar a ella. Ahora sólo está de moda saber cocinar en un prestigiado instituto para cursar la carrera de chef con batas blancas y logotipos bordados y los delantales limpios y almidonados que usaban nuestras madres y heredados por ellas como un gran legado están escondidos en el último cajón que nadie abre.

Cito de nuevo al autor en donde nos dice a las mujeres: “Quizá de tanto verte, ahora no te sentimos” y tiene razón en ello pues el hombre se ha acostumbrado a las modas actuales en donde entre menos ropa más moderno es. A la mujer se le ha olvidado que al hombre por sus características de varón le gusta el ir descubriendo, el ir conquistando y ante tanta desnudes y falta de pudor ya ni voltea a verla, le ha dejado de interesar para algo serio, para algo más. De ahí la infidelidad en el matrimonio, las faltas de respeto, las relaciones con otras mujeres fuera de casa pues las de ellos les ha dejado de interesar. Hace muy poco escuché en una plática para matrimonios jóvenes decir al conferencista dirigiéndose a las mujeres que “En el momento que sus esposos las dejaban salir con tan poca ropa a la calle es porque ellos habían dejado de tener interés por ellas”.

El hombre se ha acostumbrado a la ausencia de lo esencial en la mujer, a la ausencia de la feminidad. En el matrimonio hombre y mujer creados a imagen y semejanza de Dios tienen por igual dignidad, cada uno ha sido impreso con características que los hace únicos e irrepetibles y esas diferencias son las que sumadas brindan una complementariedad y una armonía al matrimonio. Porqué entonces el afanarse todos los días en querer ser iguales si no lo somos? Somos las mujeres un personaje cualquiera? Es duro, es fuerte, pero es cierto.

Hemos dejado de ser las princesas de las cuales les hablo a las señoras muy pobres a las cuales les doy clases en zonas rurales y marginales. Somos princesas porque somos hijas de un Rey el cual nos creó con una cabeza y con un corazón que al parecer hemos dejado de usar. Y para ser princesas hay que merecerlo, hay que ganarlo con nuestras actitudes, con la manera de educar a los hijos, con nuestra ternura, con nuestra belleza. Que en donde estemos, como dice Mark Twain haciendo referencia al epitafio que Adán escribió sobre la tumba de Eva, esté el paraíso.

El matrimonio es un constante proceso de mejora personal, en donde cada uno de los cónyuges ayuda al otro a ser mejor, el hombre como varón, y la mujer como mujer. Esta ayuda es queriendo el bien del otro y su crecimiento, de una manera exigente y cariñosa, tirando igualmente de las virtudes de cada uno para ayudarse a vencer los defectos. Los esposos al ir complementándose irán superando las dificultades de cada día, y en esa complementariedad encontrará cada uno su felicidad, esa felicidad que se encuentra en los detalles de la vida diaria, en los imprevistos, en el talento y la imaginación que cada uno aporte para hacer del matrimonio cada día algo nuevo, como si fuera el primer día, divertido e imprevisible, para juntos y con la ayuda de cada uno ir superando obstáculos y conquistando nuevas metas.

El matrimonio es un continuo mar de emociones y de sentimientos, de conflictos y de dramas, de alegrías y de tristezas. Pero debemos de saber que cada decisión, que cada paso que demos debe de ser unidos, para tejer nuestra propia historia y biografía familiar. Somos los esposos los que debemos de enseñar a nuestros hijos que la alegría y el dolor sí son compatibles en el matrimonio. Me ha tocado la fortuna de estar a lado de mis hijos junto a la cama de su abuelo moribundo, mi suegro, y en otra ocasión junto a la cama de su tía preferida muriendo muy joven a causa del cáncer, en donde veían a la abuela entregar a su esposo y a su hija con una sonrisa en la boca, pidiéndole a Dios los llevara a su lado para gozar pronto de su presencia, y además pendiente de todas las necesidades de los presentes educando con su actitud ante la muerte y ante la vida a mis hijos en la fe y en la generosidad sin siquiera ella saberlo.

He visto a mi padre enfermo de Parkinson tratar por media hora de abrocharse un botón, por no querer molestar a mi madre porque la encuentra cansada o descansando un rato. He escuchado a mi marido hablar con mi hija y con su novio el día que le dieron el anillo de compromiso sobre el matrimonio y su proyecto de vida con una ilusión como si fuera el primer día del suyo y como si nunca hubiéramos pasado por dificultades y muchos, muchos disgustos y roces.

Estos pequeños detalles, estos ejemplos sin hablar son los que necesitan los jóvenes de hoy para volver a creer en el matrimonio, matrimonio para un tiempo nuevo. El reto que exige que cada día en el matrimonio afrontemos con señorío los pequeños detalles de la vida diaria, las alegrías, tristezas y exigencias marcará la diferencia para que nuestro matrimonio o el de los que están por casarse tengan éxito siempre. Termino con la última frase de este pequeño libro: “Nada de lo que vale la pena se logra sin esfuerzo, sin un gran, gran esfuerzo”.

Les mando un abrazo en donde quiera que estén. Tere Durán

1 comentario:

  1. Tere, muchas felicidades por los artículos están geniales. Totalmente de acuerdo contigo sobre la importancia de los detalles. Son esos detalles los que nunca se olvidan y por ser tan pequeños no les damos la importancia adecuada enfrascandonos en las cosas materiales y en las que la gente se fija. La pareja disfruta día a día momentos buenos y no tan buenos, que al final de la historia serán recordados como aquello que hicimos juntos!!!

    Te mando un abrazo

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